El ser humano es un animal mental, el único animal mental. Y la mente está en el cerebro. Todo lo que somos, la esencia del individuo, lo que pensamos, lo que nos define como personas, todo, está en el cerebro. Por eso dibujar el mapa de los misterios del funcionamiento de este órgano no es lo mismo para la medicina y la ética que saber cómo manipular un riñón o un corazón. Rafael Yuste (Madrid, 1963) lo sabe. El edificio donde trabaja en la Universidad de Columbia, en Nueva York, está junto al que vio nacer el proyecto Manhattan. "Lo que más me estimula no es que mis colegas de Física hicieran la bomba atómica, sino que ellos fueron los que iniciaron la regulación de la energía atómica", cuenta.
Pero Yuste no sólo es el padre de la idea que convenció a Barack Obama para invertir 6.000 millones de dólares en el proyecto Brain para desvelar los secretos del cerebro humano, también está siendo el primero en avisar de lo que está a la vuelta de la esquina: una nueva bomba atómica científica con la potencia suficiente como para manipular pensamientos, dirigir sentimientos, adulterar recuerdos o falsear emociones. Dedica casi la misma pasión a delimitar las fronteras éticas, que a investigar las tecnologías que permitirán caminar por los polémicos caminos de la manipulación del cerebro.
Precisamente este jueves, durante una conferencia en la sede madrileña del banco BBVA en el marco de una jornada completa dedicada a los valores -el Values Day-, Yuste presentaba una fotografía de un muro del Museo de la Memoria Histórica de Santiago de Chile en el que están escritos a lo largo de varias decenas de metros, uno a uno, la lista de los Derechos Humanos. "La Declaración de los Derechos Humanos es de otro tiempo. Y, mirando al futuro, los neuroderechos deberían estar incluidos en esa Declaración de los Derechos Humanos", reclama.
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